El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha presumido con mucha antelación la calidad de quienes integrarían su gabinete y su equipo de colaboradores desde la transición a la ejecución formal del gobierno. Sin embargo, en los días recientes hubo un notable rechazo por una persona que López Obrador designó para colaborar en la elaboración de las líneas de acción en materia de seguridad: Manuel Mondragón y Kalb.
El tema de seguridad es uno de los más sensibles en el país al día de hoy y desde hace varios años. Hemos sido testigos del aumento en la violencia, en particular desde hace 12 años en que el ex presidente Felipe Calderón puso en marcha su fallida estrategia de la «Guerra contra el narcotráfico», sacando a las fuerzas militares de los cuarteles a las calles, y asignándoles tareas de seguridad pública para las cuales no están capacitadas. Simplemente esa tarea debería ser para las policías, no para el ejército ni la marina.
Con la administración de Enrique Peña Nieto no hubo un cambio sustancial de tal estrategia. Peor aún, con la Ley de Seguridad Interior impulsada desde el ejecutivo se le dio capacidad legal a las fuerzas armadas de poder hacer labores que deberían ser restrictivamente asignadas a las policías. Con esto siguen las consecuencias del aumento en la violencia y las muertes, al no ser la estrategia adecuada.
Y es que desde el propio manejo de la seguridad pública están las carencias: no hay capacitación adecuada a los cuerpos policiales, salarios bajos y una serie de razones por las cuales la seguridad, o bien podríamos hablar de inseguridad, ha sido el talón de aquiles de las administraciones recientes.
Este contexto introduce al tema en particular, la invitación que hizo López Obrador a Manuel Mondragón y Kalb para integrarse al equipo que trazará las líneas de acción en materia de seguridad para el próximo sexenio. Esto me parece un error garrafal, si tomamos en cuenta el cambio de régimen que quiere representar López Obrador. Vamos, la cuarta transformación, como él le llama.
Basta mencionar dos cuestiones para justificar el por qué es un error invitar a Mondragón y Kalb: Mondragón fue el Comisionado Nacional de Seguridad durante el primer año y medio del gobierno de Enrique Peña Nieto, y con él ya al mando se consumó la represión a las manifestaciones del primero de diciembre de 2012, en el marco de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto. Entre las acciones específicas que desde un marco de libertad de expresión, derechos humanos y cultura de paz fueron muy desatinadas, están el desalojo violento del zócalo además de su blindaje, con sus conocidas formas autoritarias de acción. Así también, luego de renunciar a su cargo de Comisionado de seguridad, a los pocos meses volvió como titular de la Comisión Nacional contra las Adicciones, y durante su período se ha experimentado un aumento en el consumo de todas las sustancias ilegales; sin estrategias de prevención, solamente punitivas y una política criminalizante basada en prejuicios. Por ejemplo, entre 2011 y 2016, el consumo de drogas en mujeres adolescentes entre 12 y 17 años, se incrementó en un 205%, según la encuesta nacional de consumo de drogas, alcohol y tabaco; y el consumo de drogas en la población en general de 12 a 65 años, se incrementó de 7.2% en 2011 a 9.9% en 2016[1]. Una de las cuestiones graves de esto es que se vuelva una dependencia extendida que merme la salud de la persona adicta.
En diversos círculos sociales se hizo notar el disgusto por la invitación del presidente electo a Mondragón. En lo personal me parece que hay algunas organizaciones de la sociedad civil con amplia trayectoria, como México Evalúa[2] que son expertas en el trabajo e investigación en el tema de seguridad y violencia, como para que se invite a un persona que representa un polo opuesto en la idea de gobierno que López Obrador dice representar, basado en la cultura de paz.
Es indispensable que las líneas de acción en materia de seguridad partan de la prevención, no del castigo como ha sido la constante anteriormente. Claro que no es sencillo, pero hay pruebas que señalan mejoría en las diferentes dimensiones que implica la seguridad: desde el trabajo en las cárceles, prevención del delito, hasta el fortalecimiento de policías; en lugar de la cultura punitiva, que lo único que ha hecho es reproducir círculos viciosos de violencia.
Texto de Jesús Alejandro Tello Cháirez – jesustello@delibera.org